“Una vida entera” es el título del proyecto final realizado para la Escuela de Arte de Sevilla. Las fotografías forman parte del fotolibro que se presentó como trabajo final.
Es una mujer bellísima apodada en sus años de juventud, la Marilyn Monroe del barrio. Hoy, a sus 82 años sigue manteniendo esa belleza.
Es elegante, presumida y coqueta.
No lleva gafas aunque las necesitaría.
No lleva bastón, “porque es de viejas”.
Laca para el pelo, pintura de labios, perfume. faja y unos rellenos de algodón cuidadosamente envueltos en pañuelos estampados hacen la función de relleno de sus pechos, “ya no son lo que eran”.
Es una mujer luchadora con un corazón inmenso, divertida y con ganas de disfrutar de la vida, aunque a veces le inunde la tristeza. “A mis 82 años ¿quién me queda?” La gente a la que quiso, que fue testigo de su vida, de sus alegrías y preocupaciones, las personas que vivieron con ella momentos vitales ya no están. La soledad es una compañera que ella no ha elegido.
A pesar de eso ella tiene sus recursos y siempre intenta ver el vaso medio lleno.
Es mi madre, Salud.
La vida de mi madre es rutinaria, una rutina que le gusta y le hace sentir bien.
Cada mañana se levanta y tras ducharse toma su Nescafé bien caliente.
Lo Lunes toca limpiar. No quiere que nadie vaya a hacerlo por ella. Admite que es “maniática de la limpieza y el orden”.
-“Ninguna muchacha me aguantaría”.
Pero sobre todo sería reconocer que su cuerpo ya no puede. Cada Lunes es una pequeña batalla ganada al paso del tiempo, terminar agotada es mejor que admitir una derrota.
El resto de mañanas las dedica a hacer compras, ir a la peluquería, al banco.
Suele almorzar en la calle, ya no tiene ganas de cocinar para ella sola. Antes frecuentaba el hogar del pensionista, lo pasaba bien. Pero hace unos meses fallecieron un par de amigos que hizo allí y la tristeza inundó ese espacio. Ahora prueba otros lugares, bares cercanos con calidad, cantidad y a buen precio, aunque allí sólo habla con los camareros.
A mi madre lo que más le gusta es hablar largo y tendido mientras se toma una cerveza y una tapita en un bar.
Cuando termina de almorzar se sube en el autobús metropolitano. No lo coge para ir a ningún lado, sólo para entretenerse. Se sienta junto a la ventanilla. Con suerte habla con alguien y sino se distrae mirando. Suele darse 2 vueltas, “no me doy tres porque me da vergüenza”.
Por las tardes no sale, dice que está cansada, ve la novela, escucha la radio y, si es primavera sale al balcón a ver a la gente pasar.
Por las noches come “cualquier cosita”, normalmente naranjas. Se toma su media pastilla para dormir y con sumo cuidado, como si de un artefacto complicadísimo se tratase, pone su viejo despertador.
Se va a la cama guiada por la luz de una linterna, comprueba que la puerta está bien cerrada y se acuesta con su fiel compañera bajo el brazo, la que siempre le acompaña y nunca le falla, la radio. Sin ella no es capaz de dormir.